Pocos de los que hoy hayan participado en la tradicional Lotería del Niño sabrán que en sus orígenes el sorteo fue una iniciativa de María del Carmen Hernández y Espinosa de los Monteros, esposa desde 1873 de Juan Manuel Manzanedo y González, duque de Santoña y marqués de Manzanedo, un potentado enriquecido en Cuba por medio del comercio, la concesión de créditos y la compraventa de esclavos. Juan Manuel recibió sus dos títulos en recompensa por su firme apoyo a los Borbones: el Marquesado de Manzanedo en 1864 de manos de Isabel II y el Ducado de Santoña en 1875 por concesión de Alfonso XII.
La Duquesa de Santoña por Federico de Madrazo y Kuntz (Foto Moreno) |
Cómo empezó a celebrarse el sorteo no está del todo claro, pero según las investigaciones de Gabriel Medina Vílchez la idea inicial partió de la Duquesa de Santoña. El fin era encontrar un medio de sustento para su gran proyecto benéfico, el madrileño Hospital del Niño Jesús. Ya en ocasiones anteriores había manifestado esta aristócrata su firme voluntad por ayudar a los más necesitados, como bien demuestran las actuaciones que llevó a cabo durante la epidemia de cólera que asoló Madrid en 1865 y que un diario de la época resumía así: “Su coche, lleno de mantas, abrigos, medicinas y víveres, recorría los barrios más pobres y castigados por la epidemia. La caritativa dama entraba en las viviendas más afligidas por la miseria y el cólera, prestando sus servicios personales y derramando a manos llenas el dinero”.
María del Carmen, muy consciente gracias a su propia experiencia de la penosa situación sanitaria de la capital del Reino, decidió aprovechar la ventajosa posición que le otorgaba la colosal fortuna de su esposo (que en 1870 ascendía a 180 millones de reales) para mejorar las condiciones de los niños desvalidos, por aquel entonces muy numerosos.
El primer paso fue la constitución, mediante Real Orden de 26 de marzo de 1876, de la Asociación Nacional para el Cuidado y Sostenimiento de Niños. Poco más tarde, en enero de 1877, se inauguraba en el número 23 de la calle Laurel una pequeña clínica, bautizada como Hospital del Niño Jesús, con la presencia de Alfonso XII y su hermana la infanta Isabel, por entonces princesa de Asturias como heredera del trono español que era. Este hospital fue pionero en su campo, siendo el primer centro pediátrico que se fundó en España. Las Hermanas Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl, de gran prestigio en el ámbito asistencial, fueron las encargadas de suplir las necesidades de los enfermos y de gestionar el centro. Es precisamente en este momento cuando se inicia el Sorteo del Niño: entre los diversos medios de financiación con los que contaba la institución se encontraba la Rifa del Niño Jesús, que gracias a una disposición legal del Rey estaba exenta de tributar el 4% obligatorio para el resto de loterías y sorteos. Los premios a los que optaban los participantes llegaban a alcanzar la nada despreciable cifra de 15.000 pesetas, una cantidad respetable para la época. Otras vías de financiación eran los donativos particulares y una suscripción mensual que los benefactores, entre ellos el propio Duque de Santoña, se encargaban de hacer llegar al Patronato de la Asociación.
Inauguración del dispensario de la calle Laurel (Foto La Ilustración Española y Americana) |
El hospital, de apenas siete salas, pronto se quedó pequeño, por lo que de inmediato empezaron las gestiones para la construcción de un nuevo edificio que pudiera acoger a un mayor número de niños enfermos. En 1879 la Duquesa de Santoña adquirió para tal objeto un solar situado enfrente del Retiro por 710.000 reales.
La primera piedra se colocó ese mismo año por Alfonso XII y en 1881 ya empezó a recibir a los primeros pacientes, a pesar de que las obras no finalizaron hasta 1885. En el transcurso de las mismas, en 1882, falleció el Duque de Santoña. El suceso no hubiera tenido la mayor importancia para la institución presidida por María del Carmen de no haber sido por el pleito que se inició contra ésta a instancias de su hijastra, Josefa Manzanedo e Intentas.
El Hospital del Niño Jesús en su emplazamiento definitivo (Foto J. Laurent) |
Josefa era fruto de la relación que el Duque de Santoña mantuvo durante su estancia en Cuba con la española Luisa Intentas Serra. Debido a que el Duque y Luisa nunca se casaron, Josefa era considerada bastarda y, por tanto, estaba imposibilitada por ley para heredar a su padre. Gracias a la mediación de Isabel II, el Duque de Santoña pudo legitimar en 1857 a Josefa y hacerla valedora de todos los derechos que le correspondían a cualquier hijo nacido en el seno del matrimonio. Como no tuvo más descendencia, ni con Luisa ni con María del Carmen, el Duque decidió declarar heredera universal a su única hija en 1862, cuando todavía le faltaban más de diez años para casarse con su esposa.
Una vez leídas las últimas voluntades del Duque, su hija impugnó el testamento por no considerar válido el codicilo que su padre había redactado cuatro días antes de morir y en virtud del cual dejaba un quinto de sus propiedades a María del Carmen. Tras una década de lucha en los tribunales, Josefa Mazanedo e Intentas obtuvo sentencia favorable y su madrastra quedó despojada de los bienes recibidos en la testamentaría.
Josefa Manzanedo e Intentas retratada por Jean-Louis-Ernest Meissonier (Foto Museo del Prado) |
Como consecuencia del pleito generado, la viuda del Duque de Santoña se vio envuelta en un gran escándalo en el que no faltó quien la acusara incluso de haber utilizado en beneficio propio el dinero recaudado para los enfermos. María del Carmen respondió iniciando nuevas causas contra los responsables de las maledicencias. Toda esta lamentable situación conllevó una merma considerable del patrimonio de la Duquesa, acarreando a su vez una reducción de los recursos económicos del Hospital del Niño Jesús. La calidad del servicio prestado a los pacientes, igualmente, se vio afectada de manera notoria, lo que unido al riesgo de que el hospital acabara siendo vendido por la Duquesa obligó en 1889 al Estado a confiscar el centro y hacer entrega del mismo a la Junta Provincial de Beneficencia de Madrid, llegando el asunto a ser debatido por el Consejo de Ministros y en el Congreso. En 1893 a la Duquesa le fue embargado, como resultado de las numerosas deudas que había acumulado por los innumerables y costosos procesos judiciales en los que se había embarcado, el fastuoso palacio que poseía en la madrileña calle Huertas, regalo de bodas de su marido y de lo poco que había podido conservar tras la muerte de éste.
Después de verse desposeída de todo cuando había tenido, la viuda del Duque de Santoña no vivió mucho más tiempo y, humillada ante lo penoso de su situación, falleció el 14 de octubre de 1894 “en un piso de la calle Olózaga, rodeada de la mayor modestia, entre los últimos restos de su opulencia decaída y en el ocaso de sus esplendores“, según relataba uno de los articulistas del Diario Oficial de Avisos de Madrid. “Olvidada de muchos, herida en el alma por las puñaladas del desengaño”, rezaba la crónica publicada por La Época. “La que un día fue dama poderosísima e influyente y pudo dar en su palacio fiestas verdaderamente regias se ha consumido en la soledad y el abandono”, se podía leer en El Día. La Correspondencia de España apuntaba respecto a su funeral que “la opulenta dama que tantas obras de caridad hizo, que derramó tantas riquezas y dio fiestas tan espléndidas a las que acudían millares de personas de la buena sociedad, ha sido enterrada en un modestísimo nicho del cementerio de San Isidro”.
Para terminar, no quisiera dejar de incluir como cierre este revelador párrafo sacado de uno de los obituarios que se le dedicaron a la aristócrata: “De sus suntuosas fiestas, de su fastuoso lujo, puede desvanecerse el recuerdo, pero quedará el de sus obras de caridad. Y aunque en su guardajoyas, que tuvo alhajas de reina, quede solo la placa de la Cruz de Beneficencia que ganó en la epidemia colérica de 1865, ésta bastará para dejar de ella al pueblo de Madrid un gran recuerdo”.
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