En la tarde del pasado domingo 18 de agosto, hace
ya una semana, falleció en su residencia sevillana a los 96 años de edad Victoria
Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, XVIII Duquesa de Medinaceli,
junto con medio centenar más de títulos, once veces Grande de España y cabeza
de la más importante familia de la nobleza española por ser la descendiente
primogénita de Alfonso X el Sabio y,
por tanto, de los reyes de Castilla (lo cual le otorga a la Casa de
Medinaceli el privilegio de denominarse Real y Ducal).
La XVIII Duquesa de Medinaceli representaba sin
duda un puente entre el pasado y el presente. Nació el 16 de abril de 1917,
cuando todavía los Hohenzollern reinaban en Alemania y los Habsburgo-Lorena en
Austria-Hungría. Hija de Luis Jesús Fernández de Córdoba y Salabert, XVII Duque
de Medinaceli, y Ana María Fernández de Henestrosa y Gayoso de los Cobos, se
crió, junto a su hermana pequeña María de la Paz, futura duquesa de Lerma, como
una auténtica princesa gracias a la colosal fortuna de su padre, considerado el
aristócrata más rico de España y apodado como el rey de Andalucía (a la llegada de la II República era el primer
terrateniente de España con 80.000 hectáreas en fincas repartidas por todo el
territorio nacional). El palacio familiar situado en la Plaza de Colón era el más elegante y opulento de la capital, sólo superado por el Palacio Real, y en
las fincas de los Medinaceli era habitual que se contara con la presencia de la
Familia Real en cada cacería que se organizaba (como anécdota, diré que Alfonso
XIII aprendió a montar a caballo junto al XVII Duque de Medinaceli).
La XVIII Duquesa por Sotomayor (Foto Fundación Casa Ducal de Medinaceli) |
Esta entrañable amistad que unía desde hacía
siglos a su linaje con los reyes de España hizo posible que la XVIII Duquesa fuera
bautizada en el Palacio Real, siendo sus padrinos los reyes Alfonso XIII y
Victoria Eugenia (de la que recibió el nombre). La relación de fidelidad y
cariño mutuo entre ambas familias las conduciría al exilio cuando, el 14 de
abril de 1931, era proclamada la república. La Duquesa de Medinaceli fue testigo
de excepción de este acontecimiento, acompañando, junto con su abuela, su madre
y su hermana, a la reina Victoria Eugenia en el tren que la sacó de España
rumbo a Francia. Mientras tanto, su padre permaneció al lado de su gran amigo, el
rey Alfonso XIII, en su camino al destierro.
Bautizo de la hija del XVII Duque de Medinaceli (a la derecha) en el Palacio Real (Foto Mundo Gráfico) |
Fueron años difíciles para la familia ducal
los que siguieron a la caída de la Monarquía: en ese mismo año 1931 falleció Carlos
María Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, duque de Denia y Tarifa,
tío-abuelo de Victoria Eugenia. En 1936, al drama del inicio de la Guerra
Civil se unió el del fusilamiento de Fernando María Fernández de Córdoba y
Pérez de Barradas, duque de Lerma y también tío-abuelo de la Duquesa de
Medinaceli, y el de la muerte de Casilda Remigia de Salabert y Arteaga, abuela
paterna de la protagonista de esta entrada, la cual murió con la pena de no
haber podido nunca regresar a España.
En 1937, ante el avance de las tropas
nacionales, los Medinaceli decidieron trasladarse a Sevilla, donde poseían la
magnífica Casa de Pilatos, lugar en el que recientemente ha fallecido la
Duquesa. Por aquel tiempo conoció a Rafael Medina y Villalonga, hijo de los
Marqueses de Esquivel, con el que no tardó en comprometerse. La alegría por
el próximo matrimonio se vio enturbiada por la muerte de la madre de la novia
pocos meses antes del enlace a causa de un cáncer. Las circunstancias
obligaron, tristemente, a que la heredera de la Casa de Medinaceli tuviera que
casarse enlutada.
La primera de los hijos de la pareja fue Ana, condesa de Ofalia y marquesa de Navahermosa (1940), seguida de Luis, duque
de Santisteban del Puerto y marqués de Cogolludo (1941), Rafael, duque de Feria
y marqués de Villalba (1942), e Ignacio, duque de Segorbe y conde de Moriana
del Río (1947). Mientras la familia crecía, el padre de Victoria Eugenia contrajo segundas nupcias con una dama, María Concepción Rey de Pablo Blanco, que no se
ajustaba a los cánones establecidos para la esposa de un duque, y
mucho menos si ese duque era el de Medinaceli. Fruto de esta unión nació una
hija, Casilda Fernández de Córdoba Rey, que recibió el Ducado de Cardona por
parte de su padre.
La Duquesa de Medinaceli con sus tres hijos mayores (Foto Ricardo Mateos Sáinz de Medrano) |
La situación creada con el segundo matrimonio
del XVII Duque de Medinaceli terminó por estallar al morir éste y
procederse a la lectura de su testamento: el grueso de las propiedades familiares quedaban
para la segunda esposa y la hija de ambos, dejando a Victoria Eugenia y a su hermana
María de la Paz la legítima únicamente.
Esta decisión del Duque afectaría
profundamente a la Casa, haciendo que el gran patrimonio acumulado durante
siglos por los sucesivos duques saliera de la rama principal, dejando
prácticamente sin recursos a la heredera de los títulos. Numerosas propiedades
y obras de arte (entre ellas diversos cuadros firmados por Pieter Brueghel el Viejo, Pantoja de la Cruz,
Lucas Jordán y Goya) pasaron a la madrastra y la medio-hermana de la XVIII
Duquesa de Medinaceli. Muchos años más tarde, al ser entrevistada por José
Miguel Carrillo de Albornoz y Muñoz de San Pedro, vizconde de Torre Hidalgo,
mientras escribía su libro Duquesas: Un póker de damas en el siglo XX (La Esfera de los Libros), Victoria Eugenia recalcó que todo aquello
estaba “olvidado y perdonado” y que su sobrina, la actual Duquesa de Cardona,
no tenía culpa ninguna de lo que había sucedido años atrás. Su nieto Pablo de
Hohenlohe-Langenburg y Medina aseguró al autor que su abuela jamás se lamentó por la pérdida de la inmensa fortuna del XVII Duque, que por
tradición debería haberle correspondido a ella por ser la mayor de las tres hermanas y sucesora en el grueso de los títulos familiares.
Gracias a la desahogada posición económica de
su marido, alcalde de Sevilla entre 1943 y 1947 y exitoso industrial, la XVIII
Duquesa pudo sacar adelante el, a pesar de todo, ingente patrimonio heredado. Asimismo, también se dedicó a la realización de importantes obras
sociales, especialmente relacionadas con la educación y la atención sanitaria a
los más necesitados.
Rafael Medina y Villalonga con uniforme de Maestrante (Foto Fundación Casa Ducal de Medinaceli) |
Con este objetivo durante años fue celebrada
la Fiesta de la Primavera en la Casa
de Pilatos. En ella se ponían de largo las hijas de las grandes familias
europeas y americanas a cambio de una cantidad de dinero que iba destinada a la
Cruz Roja. Por allí desfiló desde la realeza internacional (los príncipes Franz
Josef y Gina de Liechtenstein, Rainiero y Gracia de Mónaco, Mulley Abdullah de Marruecos, Esperanza
de Borbón-Dos Sicilias y Orleans, la Begum Yvette), hasta lo más granado de Hollywood (Orson Welles, Audrey Hepburn),
pasando por los principales títulos de España (los Duques de Alba, Alburquerque
y Arión, por nombrar sólo a unos pocos) y las más importates figuras del
folclore nacional (como Lola Flores). Esta labor le valió que en 1963 la Cruz
Roja le concediera a la Duquesa la Medalla de Oro en agradecimiento a sus significativas
aportaciones.
La XVIII Duquesa con el príncipe Franz Josef de Liechtenstein durante la Fiesta de la Primavera celebrada en 1965. Detrás, la princesa Gina con el Duque (Foto ABC) |
Fue precisamente durante la década de los 60
cuando en la familia se empezó a tantear la posibilidad de crear una fundación
que evitara futuras dispersiones y que se pudiera repetir la situación creada
con el testamento del XVII Duque. En 1978 se constituyó la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, aprobada finalmente por el Ministerio en 1980, en la que la
Duquesa de Lerma depositó diversas obras de arte que le habían correspondido en
la testamentaría de su padre. La creación de esta institución fue un enorme
acto de generosidad por parte de la Duquesa y sus hijos, ya que con ella
renunciaban a la propiedad de un valiosísimo patrimonio que nunca podrían
recuperar bajo ninguna circunstancia.
Dese entonces, la Fundación se ha encargado de
conservar y aumentar en la medida de sus posibilidades las colecciones
familiares, poniéndolas a disposición de todos aquellos interesados en
conocerlas y estudiarlas. Mención aparte merece la apertura a los
investigadores del importantísimo archivo familiar, uno de los más importantes
de España y de Europa conservados en manos privadas.
La Duquesa de Medinaceli en la Casa de Pilatos, uno de los principales monumentos que forman parte de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli (Foto Paris Match) |
Los años 90 trajeron nuevas desdichas en la
vida de la XVIII Duquesa, que prácticamente la acompañaron hasta el final de
sus días. En 1992 falleció el marido de Victoria Eugenia a los 87 años de
edad. Pocos años más tarde comenzaron los escándalos judiciales protagonizados
por el tercero de sus vástagos, Rafael, los cuales generaron un gran disgusto
en ella. En 1996, poco después de contraer matrimonio con la alemana Sandra
Schmidt-Polex, su nieto Marco de Hohenlohe-Langenburg y Medina sufrió un
fatal accidente de moto que le dejó importantes secuelas. El siglo
finalizó con la muerte de su hermana María de la Paz, duquesa de Lerma, y de su
medio-hermana Casilda, duquesa de Cardona, ambas en 1998. El comienzo de siglo
no fue mejor, ya que en 2001 murió su hijo Rafael, duque de Feria. No fue ésta la última
puñalada del destino que iba a recibir Victoria Eugenia: si perder a un hijo es el
dolor más grande que puede experimentar una madre,
la Duquesa de Medinaceli tuvo que vivir esta experiencia multiplicada por tres.
En apenas un año vio cómo el cáncer le arrebató a sus dos hijos mayores. En
2011 murió Luis, duque de Santisteban del Puerto, y en 2012 falleció la primogénita, Ana, condesa de Ofalia.
El Duque de Santisteban del Puerto con su esposa en 1991 (Foto ¡HOLA!) |
Únicamente su honda y sólida fe católica pudo
ayudarle a superar todas estas difíciles pruebas, a las que se unía su propia
enfermedad, la cual fue desgastándola poco a poco, aunque, para bien o para mal,
mantuvo sus facultades mentales hasta el final, siendo consciente de lo que
ocurría a su alrededor.
A pesar de que su salud había empeorado en
los últimos tiempos, la muerte de la Duquesa de Medinaceli no ha sido por ello
menos luctuosa. Con ella, última representante de una generación ya extinguida,
se cierra una página. Fue una dignísima duquesa de Medinaceli que supo hacer
frente a sus obligaciones y honrar a sus antepasados, superando las grandes
dificultades con las que se encontró a lo largo del camino.
Muchos son, especialmente en Sevilla, los que
están en deuda con ella. Ya sean los niños que recibieron una educación en el
colegio instalado en la Casa de Pilatos, los enfermos que pudieron ser
atendidos en las instalaciones de la Cruz Roja mantenidas gracias a los
donativos obtenidos por la Duquesa, los historiadores que han podido acceder
sin limitación alguna a los archivos de la Casa o los miles de visitantes que
han disfrutado de las ricas colecciones familiares, abiertas al público durante
todo el año.
Pese a que nunca deseó figurar en los medios (hasta
en el momento de irse parece que ha querido hacerlo de la manera más discreta,
en agosto, cuando las redacciones están bajo mínimos y la gente desconectada de
la actualidad informativa), su legado quedará como testimonio de una vida
consagrada al servicio de la más importante casa nobiliaria de España.
Descanse en paz esta ilustre dama, cuya
grandeza iba más allá de la de los títulos que poseía. Sin duda alguna, una noble
y aristócrata en el más estricto sentido de la palabra.
El pendón de los Medinaceli ondea a media asta luciendo crespón negro (Foto GTRESONLINE) |
Estupendo!
ResponderEliminarMuchas gracias, Arturo, es todo un honor viniendo de ti.
EliminarSaludos!
Uma lastima nao ter podido conhecer pessoalmente a DUQUESA DE MEDINACELI Bruno Seabra SALVADOR BAHIA BRASIL
ResponderEliminarUma lastima nao ter podido conhecer pessoalmente a DUQUESA DE MEDINACELI Bruno Seabra SALVADOR BAHIA BRASIL
ResponderEliminar