jueves, 20 de noviembre de 2014

En la muerte de la Duquesa de Alba

En estos momentos es difícil que nadie con un mínimo interés por la actualidad no sepa ya del fallecimiento de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba de Tormes. Por tanto, considero que no aportaría demasiado repetir aquí lo que ya todos los periódicos y televisiones han repetido y repetirán en los próximos días acerca de la increíble vida de la Duquesa de Alba. 

No fue ni la que más títulos tuvo ni tampoco la que ostentaba el título de mayor relevancia histórica dentro de la aristocracia española, pero a pesar de ello consiguió mantener y aumentar la leyenda, otorgándole casi tintes mitológicos, de la Casa de Alba, que se ha convertido para los españoles en el centro y referencia casi única de lo que a día de hoy es la nobleza. 

Ha muerto tal y como vivió: rodeada del calor de una España que la ha adorado hasta el final, demostrándole cariño y fascinación por su figura (incluidos los que, con la boca pequeña, se han visto forzados por condicionantes políticos a criticarla por su rango de aristócrata y terrateniente, algo que algunos parecen no poder perdonarle). Su popularidad era tal que la noticia de su expiración ha ocupado las portadas de todos los diarios y hasta ha hecho que nadie recuerde que en este 20 de noviembre se cumplen 39 años del fallecimiento de Francisco Franco, fecha que en ocasiones anteriores se ha visto salpicada por la polémica.

Dejando de lado su faceta más folclórica y popular, es reseñable el aporte realizado por la Duquesa de Alba al mundo de la cultura, preservando para generaciones futuras el valioso patrimonio histórico-artístico de la familia mediante la Fundación Casa de Alba.

Con la partida de Cayetana Fitz-James queda prácticamente finiquitada una época de la nobleza de este país; época marcada por una serie de damas que han ejercido la jefatura de las principales casas aristocráticas de España. Únicamente queda ya como último vestigio de esta generación la también sevillanísima Duquesa de Osuna, nacida en 1925.

La periodista Ana R. Cañil, que redactó las memorias de la Duquesa de Alba, escribía en El País que "tres cosas torturaban los últimos años de la 18ª duquesa de Alba: no haber sido buena madre (...), saber si Dios le perdonaría sus pecados (...) y no estar segura de si su legado, la Casa de Alba, sobrevivirá con sus hijos". Dios, la dinastía y sus hijos: los que podría decirse que fueron los tres ejes que guiaron la existencia de esta polifacética mujer que rompió moldes a la vez que supo conservar la tradición centenaria de la que fue depositaria a la muerte de su padre.

Sirvan, por último, como humilde homenaje a esta mujer, irrepetible para bien o para mal, estos versos que el poeta Francisco Sánchez Barbero dedicó a la otra Cayetana que fue duquesa de Alba, aquella que vivió en el siglo XVIII y posó para Goya:

La duquesa murió. La luz brillante
del astro de Alba, entre ofuscadas nieblas
se esconde: su semblante
las gracias halagüeñas abandonan,
y en torno la coronan
sin fin amarillez, sin fin tinieblas.
Un ¡ay! continuo por su helado lecho
va fúnebre sonando;
y sus tiernos amigos 
cubierto de dolor el triste pecho,
y a golpe tal atónitos quedando,
con lúgubre silencio le rodean,
con encendido llanto le humedecen.
Vanamente el espíritu desean
a su amiga volver: desconsolados
la llaman, no responde, y enmudecen.
Míranla, y desmayados 
su faz llorosa contra el lecho oprimen.
Otra vez vuelven a llamarla, y gimen.
Otra vez a mirarla, y desfallecen.

La Duquesa de Alba bailando sevillanas en una de sus fotografías más conocidas (Foto ABC)

3 comentarios:

  1. Muy buen comentario, sencillo y emotivo.

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  2. Felicidades, Alejandro, por esta entrada. Me gustaría mucho poder contar con algún contenido tu yo en indiasoccidentales.wordpress.com Un abrazo.

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  3. Me ha gustado mucho tu post sobre la fallecida Duquesa de Alba. Lleno de sencillez y emotividad.

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